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El monologismo y el dialogismo en la praxis docente:

El monologismo y el dialogismo en la praxis docente:
Prof. Alejandro Tomás Neris

Para comenzar con esta temática quisiera valerme de un clásico de la literatura filosófica: los diálogos de Platón. Diálogos que tienen, por lo general, como protagonista principal al personaje Sócrates un ateniense del siglo V antes de Cristo. Para algunos autores un verdadero educador sin querer serlo.

Cuentan que un amigo de Sócrates, Querefonte, una vez fue a visitar un oráculo dedicado al dios Apolo en un “demos”[1] llamado Delfos. El oráculo era atendido por una pitonisa, mujer encargada de traducir y, muchas veces, interpretar las palabras del oráculo que se dirigía a aquel que lo solicitara. En esa oportunidad la pregunta de Querefonte fue concreta y directa: “¿Quién es el hombre más sabio de Grecia?” Y la respuesta fue más directa y concreta aún: “Sócrates”.

Cuenta Platón que a partir de allí Sócrates interpretó las palabras del oráculo como una misión. Al no estar convencido con las palabras del oráculo pero al ser un hombre que creía en la divinidad y sus palabras se propuso averiguar por sus propios medios en qué consistía esta sentencia. ¿Seré yo el más sabio como dice el oráculo? ¿A caso no hay otros hombres que si se sabe son sabios y no fueron tenidos en cuenta por el oráculo? ¿En qué consiste la sabiduría?... cuántas más podrían haber sido las preguntas que se pudo haber hecho nuestro personaje.

Nuestro personaje se hizo famoso, entre otras cosas, por su método de educación, podríamos llamar hoy: el diálogo o método dialéctico o socrático. No es la intención hablar del método como tal ahora pero si sobre ésta forma de “diálogo”.

Me surgen algunos interrogantes: ¿Qué es realmente el diálogo? ¿Quiénes son los dialogantes? ¿Cómo son los dialogantes? ¿Cualquiera dialoga? ¿Sócrates realmente dialogaba? Los docentes ¿dialogamos? El sistema educativo ¿dialoga? Las escuelas y autoridades ¿dialogan? Etc.

Me valdré de algunos autores para aclarar o habilitar nuevos interrogantes ya que creo que las preguntas son “puertas” y no hay que cerrarlas.

Si partimos del vocablo original, nos remitimos al griego y nos encontramos con un significado que en una suerte de luz aclara muchas sombras sobre lo que se entiende por diálogo. Podemos hablar de un razonamiento, tratado, estudio, camino... de a dos. Se necesitan dos, como mínimo, para dialogar. Se trata de una construcción, de un hacer común, de un “poner en común”[2].

Se trata de un intercambio de voluntades para llegar a un resultado[3]. “El diálogo tiende a estar afectado por un valor ético: el diálogo se considera sustraído al campo de las fuerzas y de los intereses (...) el placer del diálogo no es el del consenso sino el de las incesantes fecundaciones”[4].

Éstas palabras en el libro de Maingueneau nos reubican en una postura más abierta sobre el diálogo. Ya que, muchas veces pensamos que para que haya diálogo todos tenemos que estar de acuerdo, tenemos que coincidir, todo se tiene que cerrar, clausurar, concluir y si hablamos de “incesantes fecundaciones” nos estamos refiriendo a algo dinámico, con una fuerza interna propia en el que el resultado es la unión de dos partes y no de una sóla de ellas. Necesitamos ambas parte para que se produzca la fecundación, por lo tanto, necesitamos dos seres dispuestos y abiertos para que haya diálogo.

La misma existencia es comunicación. Comunicación de un sin fin de cosas, es inagotable el ser en materia de comunicación. En el diálogo se da una experiencia comunicacional por excelencia, como sostiene el pensador francés Emmanuel Mounier[5]: Esta existencia que es encarnada, que trasciende la naturaleza, la transforma, que ejerce presión sobre ella y la vence, tiene una experiencia fundamental que la marca como persona: la comunicación. La comunicación es un hecho en la persona, ella es comunicable por su misma naturaleza. Si nos ponemos a observar, el niño desde que nace se comunica y, en los primeros meses de vida, lo hace siempre en movimiento hacia el otro. La persona existe hacia los otros y se conoce por los otros, se encuentra en los otros. Afirma Mounier: “La experiencia primitiva de la persona es la experiencia de la segunda persona. El tú, y en él el nosotros, preceden al yo, o al menos lo acompañan”.[6] La persona, por el movimiento que la hace ser, se expone continuamente. Cuando la comunicación se rebaja o se corrompe, yo mismo me pierdo profundamente: “casi se podría decir que sólo existo en la medida en que existo para otros, y en última instancia ser es amar”[7].

Evidentemente la experiencia del diálogo es una práctica de comunicación. Práctica que conlleva algunos elementos constitutivos. Me quiero detener en dos, que a mi criterio son importantes: el lenguaje y el lugar del “otro”. Para ello me sostendré en Mijaíl Bajtín[8] y Jerome Bruner[9].

Quiero pensar al lenguaje como un medio por el cual se podrá dialogar. Sin duda que en este punto todos, o por los menos muchos, coincidirán; pero... ¿qué tipo de lenguaje es? ¿Es sólo un medio? ¿es neutral?

En uno de los capítulos del libro de Bruner[10] nos encontramos con el título “El lenguaje de la educación” y al comenzar el mismo nos encontramos con la siguiente frase: “...el medio de intercambio en el cual se lleva a cabo la educación –el lenguaje- nunca puede ser neutral, que impone un punto de vista no sólo sobre el mundo al cual se refiere sino hacia el uso de la mente con respecto a este mundo. El lenguaje impone necesariamente una perspectiva en la cual se ven las cosas y una actitud hacia lo que miramos. No es sólo que el medio es el mensaje. El mensaje en sí puede crear la realidad que el mensaje encarna y predisponer a aquellos quienes lo oyen a pensar de un modo particular con respecto a él”.

La misma realidad, sostiene Bruner[11], reside en el acto de discutir y negociar. Las realidades sociales son los significados que conseguimos compartiendo las cogniciones humanas. De aquí que me pongo a reflexionar sobre la responsabilidad social que tenemos los docentes desde el momento que optamos por esta profesión y de la importancia de ser seres dialogantes, convencidos que desde el lenguaje construimos.

En cuanto al lugar del otro me gusta pensar en términos de Bajtín: “...Nadie puede ocupar una posición neutral respecto del yo y del otro... para obtener una orientación valorativa es necesario ocupar un lugar único en el acontecimiento unificado del ser, es necesario encarnarse”[12]. Sólo al revelarme ante el otro, por medio y con ayuda del otro, puedo tomar conciencia de mí mismo, “me convierto en mi mismo”[13]. Con la conciencia del “tu” –pensmiento Mounieriano y Buberiano- constituyo mi autoconciencia.

Es decir que queda fuera de toda posibilidad pensar la comunicación, el diálogo y la educación desde la individualidad, desde la soledad inexorable, como piensa Dostoievski, la misma existencia es una profunda comunicación. Ser quiere decir comunicarse. “Ser significa ser para otro y a través del otro, para sí mismo”[14].

Propone Bajtín el “diálogo inconcluso” como única forma de expresión adecuada de la expresión verbal de una auténtica vida humana. “La vida es dialógica por naturaleza. Vivir quiere decir participar de un diálogo”[15] por lo tanto, lo monológico se opone de manera natural, ya que, hablamos de una sola conciencia. El monologismo rechaza la existencia de otras conciencias. Conciencias que pueden responder, interrogar, cuestionar, proponer, etc. Sostiene el autor que el monólogo es concluso y sordo, se arregla sin el otro, pretende ser la última palabra.

A manera de síntesis, pienso que es imposible pensar una educación desde métodos y posturas monológicas, donde el punto de partida y llegada sea la palabra del docente, es decir, una única conciencia. Creo que en la praxis docente la postura dialógica inconclusa deberíamos animarnos a explorar. Lo inconcluso nos abre a la búsqueda y la búsqueda al diálogo, el diálogo al otro y el otro al amor.










[1] Demos: barrio (palabra griega)
[2] Comune facere: comunicación
[3] MAINGUENEAU, DOMINIQUE. “Términos claves del análisis del discurso”. Ediciones Nueva Visión. Buenos Aires. 1999. 37

[4] opus idem.
[5] Filosofo francés. Representante del personalismo cristiano. Nació en Grenoble en 1905 y falleció en 1950.
[6] Mounier, EMMANUEL; “ El Personalismo ”, EUDEBA, Buenos Aires, 1984, p. 20

[7] opus idem.
[8] BAJTÍN, MIJAÍL. “Yo también soy”. Edic. Taurus. México. 2000
[9] BRUNER, JEROME. “Realidad mental y Mundos posibles”. Editorial Gedisa. Barcelona, España. 1988
[10] Bruner p. 127
[11] Idem p. 128
[12] Bajtín p. 122
[13] idem p. 163
[14] Idem
[15] Bajtín p. 165

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