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EL PROFESOR TUTOR Y EL DESAFÍO DE EDUCAR PARA LA DEMOCRACIA

por Prof. Tomás Neris.


Los adolescentes y jóvenes de hoy ¿Son transgresores como los jóvenes de ayer? ¿Cuál es el rol del profesor tutor en este contexto educativo postmoderno?¿Cómo educar para la vida democrática?

El Dr. Barylko plantea lo importante que es para la adolescencia el hecho de transgredir. Si nos valemos del significado del término transgredir, resulta: quebrantar, violar una ley, precepto o estatuto. Plantea el autor que únicamente “donde hay normas, prohibiciones y límites, pueden darse transgresiones”. La Transgresión se convierte en un signo de conciencia del límite y, sin dudas, el otro elemento que se juega en esto es la conciencia de la vivencia de la propia libertad, tema exclusivo de la adolescencia.

Sigue el autor: “Hoy está todo permitido y los padres sonríen y la sociedad sonríe, haga lo que haga el nene. En consecuencia, ya no hay más transgresores. La trasgresión es necesaria, sobre todo en la adolescencia.”

Además del Dr. Barylko son muchos los autores que se sitúan en esta línea de reflexión. Sobre todo aquellos que reflexionan sobre las luces y sombras de la cultura postmoderna. Se ve en la adolescencia de ésta época esa suerte de a – patía y a – versión a todo lo que se relacione con normas, leyes, reglas, etc. Como que “da lo mismo”, “es igual”, “¿par qué?”, etc.

El adolescente de hoy no tiene el mismo temor ni miedo que el de antes. La amenaza hoy – por suerte – no limita ni ordena, es indiferente. El no cumplimiento de una regla o ley no es visto desde lo “trágico” en todos los sentidos. Recordemos que el sentido de lo trágico sería el sentido del “drama”. Lo dramático, lo que puede terminar en forma funesta. Drama que infunde lástima o terror. Lo trágico tiene que ver con lo fatal, irremediable y desgraciado. Este elemento hoy quizás pasa por otro lado, seguramente o por el incumplimiento de las leyes o reglamentaciones.

Por lo tanto, volviendo al planteo de Barylko, es importante transgredir en cuanto es un signo de que a las leyes y reglas se las conoce y existe la conciencia de que algo se está haciendo mal. Soy yo el que hace ese mal, es decir soy yo el responsable de la elección.

El problema es cuando no existe ésta conciencia de lo prohibido, de lo no permitido etc. Esto se vuelve un problema ya que todo da “igual” y no todo es lo mismo, no todo está al mismo nivel y no todo merece el mismo grado de importancia.

Ahora bien, existen otras miradas, y esto es lo lindo de la “diversidad”. La complejidad de la reflexión se puede dar a partir del entrecruzamiento de miradas, posturas y puntos de vistas.

Se trata de la mirada que sostiene que en realidad la Transgresión sigue existiendo y que seguramente no se expresa de igual manera que en generaciones anteriores. Se transgrede de otras formas. Es propio de los adolescentes y jóvenes la transgresión, pero no es la misma.

Sostienen los autores de “Una escuela para adolescentes”: “Podríamos preguntarnos qué lugar tienen los adolescentes de hoy, que espacios tienen para transgredir y desafiar el mundo adulto (...) En principio ya no pasa por el sexo, tampoco por la política, ni por el desafío de las ideas. Aparentemente los cuestionamientos, si se los puede llamar así, son más estéticos que políticos, más del orden del símbolo que de la realidad efectiva. Tal vez la gran transgresión de los jóvenes de hoy consista en darle vuelta a la cara a la política de aquellos que todo el tiempo le reclaman su falta de politización. Tal vez, otra gran transgresión sea darle la espalda al trabajo y a la escuela, dada su ostensible cualidad de sacrificio sin resultados. Tal vez, otra gran transgresión se dé en el terreno de la droga, reemplazando el sexo amenazado por el SIDA y a ese sexo que a los jóvenes de los sesenta se enfrentaron con sus padres, como espacio de lo secreto, lo oculto, lo malo y lo tentador”.

Muchas veces la supuesta falta de transgresión de hoy, en realidad, es una forma nueva de transgredir: la indiferencia. Indiferencia inconsciente o inocentemente expresada en algunas prácticas de los adolescentes urbanos de la actualidad.

Sin dudas que las instituciones adolescencia y juventud están en crisis, y toda crisis exige una re-estructuración, un re-nacimiento. Estos dos conceptos pertenecen a dos autores muy importantes, de distintas épocas pero muy significativos: Eric Erikson y J. Rousseau.

En palabras de Marcelo Urresti: “La adolescencia es un período de la vida que se caracteriza por cambios abruptos(...) En nuestras sociedades con la llegada de la adolescencia la gran mayoría de los niños pierde seguridades y vive duelos” . Es un período de muchas “pérdidas” y “abandonos” que requieren un camino de aceptación de parte de ellos mismos y de su entorno. Muchas son las “transformaciones” y “cambios” que se padecen, y todo esto, provoca un enorme sentimiento de ansiedad y angustia en aquellos que lo sufren.

Estamos hablando de un tiempo de Crisis y no de un simple conflicto que puede llegar a resolverse con una elección del tipo que plantea Pichón Riviere, por ejemplo. No estamos hablando de un sencillo encuentro de fuerzas antagónicas sino de una situación de rupturas y quiebres que están marcando un antes y un después. Nunca será todo igual después de una crisis. Cambiamos, re-nacemos, nos re-estructuramos.

En esta relación y padecimiento no está sólo el adolescente involucrado, sobre todo están dos instituciones que más de cerca tocan en relación a los mismos: familia y escuela. Y en la escuela sobre todos aquellos que más cerca les toca estar: docentes, preceptores y tutores. En esta oportunidad quiero detenerme en la escuela y el encargado Tutor.

¿Cuál será es entonces el lugar de la escuela y el tutor en este contexto de crisis? Sigue Urresti, que nos sirve para empezar a dibujar una especie de catálogo de funciones o perfil del tutor, “En definitiva, transitar la adolescencia es atravesar una crisis personal y vivir adánicamente una experiencia histórica de lo social, hechos que definen una pertenencia generacional concreta y un material imaginario específico con el que elaborar las identificaciones que desembocarán en la personalidad futura”

Una de las primeras funciones del tutor será acompañar ésta crisis personal del adolescente, para ello será necesario la presencia de un tutor “adulto”. Adulto que no desconoce éstas realidades que son propias de cualquier adolescente y, además, no ignora la época histórica en la que él y los adolescentes y jóvenes se encuentran. Época que es también de él y que es única, para nada similar en la que él fue adolescente. Es necesario hacer esta transposición histórica en el tiempo para no caer en “comparaciones inútiles” y que sólo provocan rechazos en los que son comparados y desgastes energéticos en aquel que lo hace.

Un adulto que se supone que ya transitó. Esto no implica una posición de “superioridad” sino de “acompañamiento” cercano. Es el lugar de aquel que ya caminó y deja otros lo hagan porque descubre que fue necesario para su crecimiento y, por lo tanto, será para aquellos que a él les toca acompañar. Hablo de recatar ésta categoría de “compañero” de camino, el que va “al lado de” sin avasallar o asaltar sus experiencias, dejando que el otro “sea” sin abandonar el lugar de compañero.

Para continuar con este análisis me voy a valer de un texto de Roberto Follari “Asistimos a la época del final de las certidumbres. Ya no hay pretensión de que la verdad sea única. Estamos ante la proliferación de los lenguajes, de los puntos de vista, de los criterios de legitimidad (...) El final de las certidumbres que se adscribía a la función filosófica aumenta la indeterminación, el pluralismo de opciones, la asunción liviana de posiciones contra las éticas duras tradicionales. Ello quita espacio a la criticidad y a la oposición a lo existente, pero también simultáneamente al autoritarismo”.

Ante éste panorama la escuela también entra en crisis, ya no tendrá la misma función, sobre todo aquellas de ser la “transportadora de la verdad” casi absoluta. “La escuela deja de perfilarse como espacio social privilegiado: se convierte apenas en un lugar más” en este contexto: ¿Cuál será el lugar del tutor? Evidentemente tendrá que ser una persona dispuesta a “negociar”, con mucho margen. Tratará de no caer en “dogmatismos”, usará el discurso del consenso pero no de la imposición. Se necesita un adulto con claridad y postura explícita pero no por ello cerrado al diálogo. El adolescente necesita alguien que lo escuche y lo confronte, no sólo con palabras sino sobre todo con su coherencia de vida.

Leemos en un texto de Tenti Fanfani: “Hoy la participación supone el saber hablar, saber qué decir, cómo decirlo, a quién y cuándo decirlo, etc. El que no puede decir lo que siente, lo que desea o no desea, etc. no puede hacer cosas con palabras y por lo tanto está condenado a delegar un poder a quién sí tiene ese don. Y este representante, que es el que habla en nombre de, termina muchas veces por hablar en vez de y en función de sus propios intereses” (pp. 120).

Esto me trae recuerdos de la Grecia del siglo V antes de Cristo, aquella en la que comenzaba el gobierno de los barrios, o pueblos, como suele utilizarse. Se necesitaba personas que formen a los de los barrios para que puedan gobernar, para ello había que saber expresarse, saber decir, convencer, de lo contrario otro lo iba hacer por mí. No como yo lo haría sino en lugar de mí. Era perder la oportunidad de integrarme en el gobierno de todos.

Los primeros que respondieron a ésta necesidad fueron los “sofistas” esos maestros ambulantes que supieron responder a ésta necesidad concreta educativa de la época: enseñar a hablar, expresarse con clara dicción (oratoria) y con poder de seducción, convicción, argumentando como verdadero hasta el elemento falso inclusive (retórica). En algunos comentaristas se lee “echaban como un barniz de conocimiento”, es decir, no profundizaban en los mismos, quizás no era su primer objetivo ¿no?

Sostiene Fanfani y equipo que la escuela pública debe ser un espacio de construcción de la ciudadanía democrática. La misma se convierte en un ámbito privilegiado para aprender el difícil arte de la convivencia en la diversidad y esto no se aprende en las lecciones teóricas sino en la práctica cotidiana, es decir, en esos pequeños pero significativos espacios de debate democrático “Sólo escuelas efectivamente democráticas (...) pueden desarrollar en las nuevas generaciones las predisposiciones necesarias para el ejercicio de la ciudadanía activa”

El tutor será el primer experimentador y estimulador de prácticas democráticas. Tiene en sus manos la posibilidad de resolver todo él o intentar una participación democrática, en donde puedan dialogar estudiantes, docentes, no docentes, padres, etc. Participación que buscará, ya que esa es una de sus funciones específicas: ser “nexo”, puente de comunicación entre los diversos actores.

Ahora bien, fue muy importante la función social que tenían los sofistas griegos pero también fue muy necesaria la presencia de la “otra parte”, del otro aspecto de la realidad. Me estoy refiriendo a un contemporáneo de los maestros de la oratoria y retórica: Sócrates.

Sus “intenciones” eran otras, sus “objetivo pedagógicos” eran distintos, sus “expectativas de logros” también. Se trataba de “encontrar y hacer salir” –parir- la verdad que había dentro de sus interlocutores, para ellos era necesario “conocerse a sí mismos” y purificarse –catarsis- de los falsos argumentos. Buscaba llegar al concepto universal. Hacer descubrir la verdad y dar a luz –mayéutica-. No importaba tanto el cómo decir esa verdad sino “darse cuenta y hacer salir”, ahí estaba lo más importante.

Hoy podemos tomar la experiencia e intenciones de ambos: Sofistas y Sócrates. El tutor tendrá que jugarse entre éstos dos personajes. Las dos actitudes serán importantes, sobre todo para la Argentina de hoy. Será un “partero” de las verdades que hay en los adolescentes, ayudará a hacer salir esas reflexiones e ideas de los mismos, les ayudará a clarificar sus pensamientos y contradicciones, etc y seguramente les tendrá que ayudar a poder expresarlas, compartirlas. Buscará formar seres “asertivos”, es decir, poder hablar lo que tengo que hablar, en el momento que lo tengo que hacer, con las palabras o expresiones que mejor manifiesten mis posturas y sentimientos.

Concluyo con una cita, acerca del profesor tutor: “Para que el profesor tutor pueda ejercer su función con eficacia tendrá que tener un pie bien afirmado en esta no siempre transparente cultura juvenil, cada vez más compleja, cambiante y sutil, en la que podrá articular estrategias de colaboración y recuperación con el ámbito escolar. Un profesor tutor que estuviera atento a las transformaciones del mundo cultural de los jóvenes, de sus ideas, de sus expectativas, de sus preferencias, de sus limitaciones y temores, en resumidas cuentas, de los imaginarios en los que construyen su experiencia histórica, tendrá mas elementos para cumplir exitosamente con su misión”.


BIBLIOGRAFÍA:
ý Jaime Barylko: Doctor en filosofía, master en hermenéutica y pedagogía. Artículo: “LIBERTAD Y TRANSGRESIÓN”

ý Autores varios. Compilador: Emilio Tenti Fanfani. “UNA ESCUELA PARA TODOS”. UNICEF / LOSADA. Buenos Aires, Argentina. Marzo del 2000.

ý URRESTI, MARCELO. “MI VIDA ES MI VIDA”. En Revista “ENCRUCIJADAS”. UBA. 2002. Buenos Aires, Argentina. Urresti Marcelo: Lic. En Sociología y Filosofía, UBA. Se especializó en el tema de Adolescencia y Juventud.

ý FOLLARI, ROBERTO. “¿OCASO DE LA ESCUELA? LOS NUEVOS DESAFÍOS EDUCATIVOS”. Homo Sapiens. Rosario, Santa Fe, Argentina. 1996.